Edgar Andrew es el único argentino que perdió la vida en el hundimiento del Titanic, ocurrido el 15 de abril de 1912 en las frías aguas del océano Atlántico. El joven, que tenía 17 años cuando sucedió la tragedia, nació el 28 de marzo de 1895 en la estancia El Durazno, en San Ambrosio, a 30 kilómetros de Río Cuarto, donde desde 1953 funciona la Escuela Agrotécnica Salesiana “Ambrosio Olmos”.

La historia del infortunado pasajero se contó varias veces. Sin embargo, en los últimos tiempos volvió a cobrar vigencia a partir de la aparición de nuevos datos vinculados a la valija que le perteneció y que fue hallada en el año 2000 por el explorador estadounidense David Concannon, quien hace unos días brindó una conferencia para alumnos de escuelas del sur de Córdoba, donde repasó los aspectos principales de su peculiar tarea.

Dicha valija está actualmente en Atlanta, Estados Unidos. Hasta el momento, se han identificado alrededor de 50 objetos personales. No obstante, falta descifrar un elemento clave: su diario íntimo. Tras ese objetivo están sus descendientes, quienes siempre se muestran muy dispuestos a relatar lo sucedido hace 108 años.

Marianne Dick, sobrina nieta del náufrago, señaló que su tío abuelo fue enviado a Inglaterra por sus padres para que pudiera estudiar, al igual que sus hermanos. Sin saber que no volvería, y con pocas ganas, Edgar dejó El Durazno a los 16 años para cumplir con el mandato familiar.

Después de unos meses, por un acuerdo entre su madre (Annie Robson) y su hermano mayor (Silvano), se decidió que Edgar vuelva a tomar un barco. Esta vez, el destino marcado fue Nueva York (EE.UU.).

Mientras esperaba que su amiga especial, Josey Cowan, llegara a Inglaterra, el joven se enteró que el Oceanic, la nave que lo llevaría a Norteamérica, le cedió su carbón al Titanic en medio de una huelga de carboneros, por lo que le cambiaron el pasaje y partió antes de lo previsto y en el Titanic (que pertenecía a la misma empresa que el Oceanic). Sumido en un fuerte malestar, Edgar dejó una carta para Cowan en la que escribió una frase premonitoria: 

“desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.

Días antes de la tragedia, desde Dublin, Edgar envió dos postales, una a su hermano Wilfred, que estaba en El Durazno, y la otra a un amigo de Italia. 

El cuerpo de Edgar nunca fue hallado. Sin embargo, luego del hundimiento, una pasajera aseguró que el argentino le dio su salvavidas, por lo que logró salvarse de morir ahogada. 

Explorador

El explorador David Concannon, quien realizó cuatro expediciones al Titanic, aseguró que encontrar las pertenencias de Edgar Andrew representó una gran emoción y valoró la posibilidad de estar en contacto con sus descendientes.

“Para mí, los objetos más importantes son los objetos personales que cuentan historias importantes. Me siento orgulloso de haber encontrado la valija de Edgar. Creo que es importante contar historias de personas que no conocemos. He recuperado muchos objetos del Titanic y los familiares de las personas a las que les pertenecieron se mostraron siempre muy agradecidos”, dijo Concannon en la conferencia que brindó a través de Zoom. 

Recuerdos 

En la actualidad, los interesados en conocer más sobre Edgar Andrew pueden visitar el Museo del Carruaje (dirigido por Marianne Dick), ubicado cerca de Villa General Belgrano, donde hay una sala dedicada a su historia. Además, en la estancia El Durazno, también hay espacios vinculados al náufrago, ya que allí vivió hasta sus 16 años. En ese sentido, cabe recordar que los padres de Edgar eran ingleses y que fueron contratados por Ambrosio Olmos para ocuparse de la propiedad que a comienzos del siglo XX constaba de 11 mil hectáreas. Los Andrew manejaron la estancia hasta la muerte de la viuda de Olmos, Adelia María Harilaos, quien donó el establecimiento a los salesianos.

Finalmente, otro punto de contacto con Edgar es el Cementerio de la Concepción de Río Cuarto, donde todavía se conserva una cripta de la familia que es frecuentada durante las visitas guiadas que se realizan en el interior de la necrópolis.

Fotos: Museo del Carruaje – Libros de Enrique Dick – Diario Puntal.

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