Valdettaro señala a Martelli sin tapujos, acusa a la policía local por no dar señales de vida y concibe que el pueblo en su totalidad es consciente de esta oscura alianza. Debido a esto, y según El Mentor, a la mañana siguiente del hecho, los comerciantes se niegan a abrir sus puertas en una clara señal de protesta. Pero ¿cuáles fueron los hechos?
La noche del martes 5 de noviembre de 1912 el presidente del comité radical levallense, el señor Nicanor Ojeda, acompañado por el protesorero Agustín Burrutia, el vocal Agustín Ojeda y Ricardo Urquiza se dirigen a la imprenta de El Mentor a buscar unos boletines en los cuales se transcribía un telegrama que desmentía declaraciones sobre el partido radical.
Pegados los carteles en inmediaciones de la imprenta, los radicales notan que un grupo de personas provenientes de la casa de Martelli habían arrancado los panfletos y pronto salieron a su encuentro. Nada amistosos los amigos del oficialismo, los increpa un tal Eudosio Díaz, revolver en mano, diciendo: «que aquella cuadra era suya, que por allí ni se pegaban carteles ni pasaba nadie porque á [sic] ellos les pagaban para impedirlo».
La refriega se avecina:
Los radicales ante tamaña é imprevista agresión sacaron sus armas, si bien en vez de hacer uso de ellas, y haciendo caso omiso de los insultos que se les dirigian, procuraron con razones salir del paso haciendo ver á los asaltantes su sorpresa ante un ataque tan injustificado tanto que uno dijo «Todos somos vecinos y no vamos á pelear»; guardando los del grupo, al parecer, las armas, invitando á los radicales que ya lo habian hecho.
[sic]
El primer trabucazo
En cuestiones políticas, sin embargo, y más en tiempos violentos, el diablo mete la cola. En el momento de las falsas modestias aparece en la escena un sobrino del entonces intendente, habla en voz baja con el grupo carcanista y, según los relatos recogidos por el diario, «en el acto el emponchado gritó ¡atrás! al tiempo que descerrajó un trabucazo que recibió íntegro el ingeniero Ojeda, el cual rodó instántaneamente, descargando en el acto todo el grupo de asaltantes con Gerónimo Villa al frente una verdadera lluvia de balas sobre los desprevenidos radicales [sic]».
Aquí el cenit de la contienda. El ingeniero Ojeda, hermano de Nicanor, fue herido en el rostro y, según sabemos por periódicos sucesivos, no muere instantáneamente y es trasladado a la ciudad de Buenos Aires. En el momento del hecho, queda tendido en el piso en compañía de su hermano quien además de acongojarse se protege de la balacera que se produce a su alrededor y ve, en el momento, como algunos opositores entran en la casa del intendente.
Los demás radicales huyen por las calles del convulsionado pueblo, no sin disparar a mansalva para atinar a sus perseguidores carcanistas, o a quien se cruce. Eudosio, el matón en jefe, le grita a un tal Gaggioni que acompañaba a sus correligionarios al esconderse en las instalaciones del comité «¡Parate, cobarde, que tengo órden de matarte!».
Ni un muerto más, sin embargo, fue notificado como consecuencia del hecho. El corolario, como se ve en los titulares, es la huida de algunas de las personas representativas del pueblo, como el único médico que había, por presuntas afinidades radicales tal vez, pero no queda muy en claro. Lo que si queda claro es el contexto de violencia política y social que podía surgir con la rapidez de un vendaval pampeano en la zona del surcordobés. El caso del chacalismo martelista, sin embargo, no es el único de la región y la relación entre política, violencia e ideas es común denominador en la crisis del orden oligárquico de la cual nuestra zona no estuvo exenta.